¿Y si tu cuerpo no fuera un proyecto pendiente?
Vivimos sobreexpuestos. Nos observan, nos observamos. No solo frente al espejo, también en cada pantalla. En ese juego de comparaciones, muchas veces perdemos el centro de la autoestima: dejamos de habitar el cuerpo como un lugar de pertenencia y empezamos a tratarlo como un objeto que necesita ser corregido. Pero… ¿cuándo empezó ese distanciamiento? ¿Y qué podemos hacer para reconciliarnos?
Cuando el espejo dejó de ser un reflejo y se volvió un juicio
Nadie nace en guerra con su cuerpo. Es una batalla que se aprende. A veces, todo comienza con un comentario aparentemente inofensivo. Otras veces, con una imagen que no encaja. Esas primeras heridas estéticas se graban silenciosamente y, con el tiempo, se convierten en creencias que distorsionan la percepción corporal: “no soy suficiente”, “debería cambiar”, “mi cuerpo está mal”.
Según la psicoterapeuta Susie Orbach, autora de *Bodies*, no es el cuerpo en sí el problema, sino “lo que la cultura hace con él”. Las miradas ajenas, los silencios incómodos, los estándares repetidos hasta la saciedad… todo eso se instala, y empezamos a mirarnos con ojos que no son nuestros.
Identificar cuándo empezó esa mirada distorsionada no es volver al pasado para quedarse allí, sino una forma de empezar a soltar lo que no corresponde. La conciencia es el primer paso hacia el cambio.
La identidad que no se mide en pixeles
En una sociedad donde todo se exhibe, puede costar recordar quién somos cuando no hay nadie mirando. Incluso sin una cámara encendida, muchos actúan como si estuvieran siendo evaluados constantemente. Esto genera una identidad moldeada para encajar, no para expresarse.
Brené Brown advierte sobre los riesgos de construir la autoestima en torno a la imagen: es una base frágil, que se tambalea ante cada cambio físico o cada juicio externo. En cambio, cuando nos sostenemos en valores —la integridad, la curiosidad, la compasión— la identidad se fortalece.
Redescubrirse implica preguntarse: ¿qué me define más allá de cómo me veo? ¿Qué partes de mí no aparecen en una foto pero dicen todo sobre quién soy? La autoestima verdadera nace de ese tipo de respuestas.
Cuando el autocuidado se vuelve exigencia (y cómo evitarlo)
Comer sano, hacer ejercicio o seguir una rutina puede ser saludable… o convertirse en una cárcel. La línea que separa el cuidado del castigo es delgada y, a menudo, se cruza sin darnos cuenta. No es lo mismo moverse por deseo que por culpa. Ni lo mismo descansar por necesidad que seguir porque “no has hecho lo suficiente”.
Kristin Neff, investigadora de la autocompasión, recuerda que el bienestar auténtico no nace de la corrección constante, sino del respeto. Cuando el cuerpo se convierte en un enemigo al que hay que domar, el supuesto cuidado pierde su sentido.
Revisar nuestras decisiones cotidianas —desde qué comemos hasta cómo nos hablamos frente al espejo— es una forma poderosa de reconectar. No para hacerlo “mejor”, sino para hacerlo con más conciencia.
Reconstruir la relación: del control a la presencia
El cuerpo no es un proyecto. No es una deuda, ni una vitrina. Es un territorio que se habita, se escucha, se cuida. No tiene que parecerse a nada ni responder a ningún molde. Solo necesita ser tuyo: vivido desde adentro, no juzgado desde fuera.
Volver al cuerpo implica desactivar la voz del juicio y activar la del respeto. No se trata de ignorar el deseo de cambio, sino de revisar desde dónde nace. El cambio real empieza cuando dejamos de perseguir ideales y empezamos a sostenernos con dignidad.
La psicóloga canadiense Niva Piran ha investigado durante años la relación entre cuerpo y cultura. Sus estudios muestran que las prácticas de bienestar más sostenibles no se basan en la corrección, sino en la conexión: con uno mismo, con los propios ritmos, con el placer sin culpa.
Para empezar hoy:
- Haz una pausa antes de cada decisión relacionada con tu cuerpo. Pregúntate: “¿Desde dónde nace esta elección: desde la presión o desde el respeto?”
- Construye tu retrato escrito. Describe quién eres sin mencionar nada físico. Vuelve a ese texto cuando sientas que tu valor se reduce a una imagen.
- Revisa tu definición de bienestar. ¿Incluye el descanso? ¿El placer? ¿La flexibilidad? Si no, quizá haya que reformularla.
- Escucha tus necesidades con curiosidad, no con exigencia. La autocompasión es un músculo que se entrena.
Si algo de lo que has leído te ha hecho parar, cuestionar o mirar tu cuerpo con otros ojos, puedes dejar tu reflexión en los comentarios: a veces, poner en palabras lo que sentimos también forma parte del proceso. Y si crees que este artículo puede acompañar a alguien cercano en su propio camino, compartirlo puede ser un gesto valioso.