- Cada euro invertido en prevención de salud emocional genera un retorno de 4 euros en productividad

Coste de ignorar a las personas
No abordar la salud emocional, que empieza con el cuidado de la mente, tiene un precio muy alto. En 2023, España lideró en Europa las bajas laborales relacionadas con problemas emocionales, lo que generó un impacto económico equivalente al 1,4% del PIB nacional.
Más del 34% de los españoles enfrenta problemas como estrés, ansiedad o depresión, y 1 de cada 4 personas a nivel global sufrirá algún trastorno mental a lo largo de su vida. Estas cifras no solo evidencian un problema económico; también reflejan cómo ignorar la salud emocional compromete la cultura organizacional, debilita los equipos y limita la capacidad de las empresas para adaptarse y prosperar. No prestar atención a estos desafíos no solo es inhumano; también es insostenible.
Invertir en la salud emocional no es un lujo, es una necesidad estratégica. Según la OMS, cada euro invertido en prevención de salud emocional genera un retorno de 4 euros en productividad y ahorro sanitario. Cuando las personas cuentan con apoyo para cuidar su bienestar, las empresas no solo logran estabilidad: crean entornos donde la creatividad, el compromiso y la innovación pueden florecer.
Construir cultura de resiliencia
Cuidar la salud emocional de los equipos no es solo un acto de empatía, es una necesidad. Cuando los empleados se sienten valorados y apoyados, son más creativos, comprometidos y resilientes. Además, invertir en las personas genera un sentimiento de pertenencia, algo imprescindible en tiempos de cambio e incertidumbre. Por otro lado, la resiliencia no surge en aislamiento.
Es necesario contar con herramientas que permitan identificar y abordar problemas antes de que se conviertan en crisis. Aquí, la conexión con los trabajadores y el apoyo mutuo son esenciales. Pero no se trata de una conexión superficial, sino de aquella que se construye desde la presencia y la sinceridad. Por eso, los modelos tradicionales de bienestar corporativo, junto con iniciativas como wellness days o coffee talks, resultan insuficientes si se basan únicamente en intervenciones puntuales. La resiliencia requiere un entorno que fomente y respalde de manera constante el bienestar de las personas, no soluciones esporádicas. Además, cuando el cambio es constante, aprender es crucial. Somos eternos estudiantes y, como dice el proverbio: «Nadie empieza siendo excelente.» Crear espacios para el aprendizaje continuo, donde cometer errores no sea motivo de vergüenza ni penalización, prepara tanto a las personas como a las empresas para adaptarse con éxito y confianza.
Por último, celebrar cada avance, por pequeño que sea, fortalece la moral y refuerza el propósito compartido. En culturas donde predomina la crítica constante y un aire de superioridad moral, es vital dar un giro. Valorar los progresos, incluso en entornos de alta exigencia, es clave. En un mundo que se mueve a gran velocidad, detenerse para apreciar y reconocer el progreso no solo es necesario: es, en sí mismo, un acto de resiliencia.
Proceso doloroso, pero transformador
El camino hacia la resiliencia no es fácil. Cada persona enfrenta sus propios retos, definidos por su contexto y su nivel de inteligencia emocional. Es un proceso que desafía nuestras creencias, toca nuestro ego y nos obliga a soltar lo que nos resulta cómodo. Sin embargo, este mismo desafío es el catalizador del crecimiento. Como decía Leonard Cohen: «Siempre a través de la grieta entra la luz.» No necesitamos esperar a rompernos para empezar a crecer.
El 2025 nos invita a cuestionar qué significa realmente ser fuertes, tanto como individuos como organizaciones. Nos reta a ir más allá de la resistencia pasiva y a liderar el cambio con empatía, coraje y convicción. Al final, quienes avanzan son aquellos que, en lugar de esperar a que pase la tormenta, deciden enfrentarla y seguir adelante. Algunos incluso descubren cómo bailar bajo la lluvia, logrando su propio equilibrio.